#53 ¿Cuándo celebraremos nuestras victorias?
A lo mejor esto va de reformular la ecuación de la felicidad
Y no me refiero a levantar trofeos dorados, meter goles en el último segundo, ganar medallas olímpicas o que te feliciten en la calle por el libro que has escrito de un niño que quiere ser mago en Londres.
Me refiero a las pequeñas victorias diarias que normalmente dejamos pasar sin un solo aplauso como terminar un proyecto complejo, tener una conversación difícil y salir bien, resolver un problema con elegancia, o incluso llegar a casa a tiempo para cenar con los tuyos. Pareciera que solo Wimbledon o un Mundial merecen champán, cuando en realidad la vida está llena de pequeñas Ilíadas cotidianas.
No hace falta ser Homero para relatarlas ni ser Odiseo para protagonizarlas. ¿En qué momento nos quedamos con el “voy a trabajar, vuelvo, como, veo Netflix o pierdo dos horas en Instagram o viendo bailes de TikTok y me voy a dormir y así hasta el infinito”?
En las empresas sucede lo mismo. El foco está siempre puesto en la próxima meta, en el siguiente KPI, en ese resultado trimestral que parece un Everest. Nos olvidamos de reconocer que el simple hecho de haber superado la reunión semanal sin conflictos, de haber conseguido que alguien sonriera un lunes a las 9 de la mañana, ya es una victoria. Desde Recursos Humanos se insiste mucho en la cultura del reconocimiento, pero quizá el reto no está solo en institucionalizarlo, sino en educarnos a ver y agradecer esas micro-victorias de forma natural y espontánea.
Y las victorias también son reconocer fracasos porque en la empresa se ha implantando la cultura del “prueba y falla” y no la “copia y gana”.
De pequeños soñábamos con ser astronautas, futbolistas, inventores, pero de adultos esos sueños se reajustan, a veces se acoplan a la realidad y otras veces se disuelven. No se trata de renunciar a soñar en grande, pero sí de no perder de vista que el viaje está lleno de logros intermedios que merecen su momento de celebración.
No confundamos celebración con conformismo. Saborear el lenguaje nos hace subir de nivel.
El problema es que, si solo nos permitimos sentirnos plenos cuando “lleguemos al otro lado de la montaña”, corremos el riesgo de pasarnos la vida entera subiendo y nunca disfrutando del paisaje. Y esta frase última, estoy seguro que Paulo Coello la ha escrito varias veces.
Las culturas organizacionales saludables suelen compartir un rasgo: saben equilibrar el esfuerzo con el reconocimiento. No es conformismo; es gratitud.
Reconocer lo que ya se ha conseguido no nos hace menos ambiciosos, sino más humanos, más conscientes de nuestros propios pasos. Equipos que saben celebrar juntos lo pequeño construyen vínculos más fuertes para afrontar lo grande.
A lo mejor es que la vida va de suma de miles de detalles y no de un gol en el último minuto.
A lo mejor es que la vida va de que con la edad debamos reformular nuestra ecuación de la felicidad con otras variables que ayer no le dábamos tanta importancia.
A lo mejor es que no debemos ser como los Hombres de Gris de Momo y lucir más como un Odiseo diario.