Juanito muere y llega al más allá, donde San Pedro le confiesa que ha perdido sus papeles. No saben si debe ir al cielo o al infierno. Para no errar, le proponen algo poco habitual: que visite ambos lugares y decida él mismo. Así comienza una historia que, aunque parece un chiste, encierra una poderosa metáfora sobre el mundo laboral.
Primero visita el cielo. Encuentra un entorno pacífico, tranquilo, lleno de nubes, música suave y conversaciones pausadas. Todo es armonía… pero también algo monótono. Después baja al infierno y se topa con un lugar deslumbrante: fiestas, buena comida, sonrisas por doquier, energía positiva. Juanito, encantado, decide quedarse allí.
Al volver como “residente oficial” del infierno, descubre que todo ha cambiado. Ya no hay música ni sonrisas, sino fuego, gritos, tareas absurdas y castigos eternos. Cuando reclama, un demonio le responde con naturalidad: *“Ah… eso era cuando estábamos de recruiting”*.
La versión brillante que vio era solo un escaparate temporal para atraer candidatos.
Esta historia refleja lo que ocurre en muchas organizaciones: la cultura que prometen durante el proceso de selección no se corresponde con la realidad interna. Se habla de felicidad, propósito y bienestar, pero una vez dentro, las personas descubren dinámicas tóxicas, jefes ausentes y una falta total de coherencia. Lo que parecía un paraíso es, en realidad, un lugar difícil de habitar.
Por eso nace Awards of Happiness, una iniciativa que ayuda a las empresas a alinear lo que dicen con lo que realmente son. Para que la felicidad no sea solo una estrategia de marketing, sino una experiencia diaria. Porque cuando una organización es honesta, coherente y humana, no necesita disfrazar el infierno: puede construir un cielo auténtico.
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