#27 ¿Preferimos el recuerdo por el ahora?
Asumimos y nos rendimos ante el teléfono móvil como un brazo más, que nos permite llegar y conseguir casi todo en la vida.
Desde entradas de cine, vuelos, hoteles, restaurantes y demás cosas como cazar el ahora para recrearnos en el futuro sobre el presente que estamos viviendo convertido en pasado.
De un minuto de extenuación de felicidad, ¿cuánto le dedicamos a grabarlo o a hacerle fotos? Y ¿para qué? ¿Para regalarlo a gente que no ha podido estar con nosotros y ayudarles a vivir lo que nosotros estamos gozando?
A esas personas que pueden estar ahora, o que lo verán en un futuro que ya es pasado o que incluso no han nacido, ¿les importa tanto? Porque hay miles de humanos que prefieren disfrutar menos con todos los sentidos que después repetirlo mirándolo en la pantalla pequeña. Y sí , es pequeña si lo comparamos con los ojos de la realidad del ahora.
¿Nos ayuda a reafirmar nuestra identidad almacenar varios o muchos recuerdos como lo describe Auster en su Trilogía en New York?
De los segundos que invertimos o perdemos grabando las notas del músico que estamos viendo, ¿estamos de acuerdo que al no estar presentes al 100% de nuestros ser, no lo saboreamos como antes?
En el pasado ya comenté como en el Masters de Augusta de golf no se permite a los asistentes llevar el teléfono e imagino que la razón principal será no molestar a los jugadores, pero quiero creer que también lo hacen para protegernos de nosotros mismos y de nuestra adicción al móvil.
Si estas presente es porque lo estás disfrutando sin importar que lo recordarás solo en tu memoria y no desde tu móvil en dos semanas cuando te avise el mismo aparato que ya no hay capacidad para almacenar más datos.
Porque los datos no son recuerdos. Los datos nos pueden ayudar a recordar, pero los recuerdos los llevamos en nuestro cerebro.
A lo mejor estamos tan conectados porque no queremos dejar ir y porque queremos seguir disfrutando del presente y del ahora, en un futuro que elegiremos tumbados en la cama o en el bus yendo al trabajo.
Pero no solo es ver a través del móvil, es la brisa o el calor mientras disfrutas del partido de fútbol, es el sonido maravilloso de la ópera que no recoge el móvil y también son los empujones o el olor de cerveza de alguien que te ha salpicado mientras saltaba cantando el Paradise City.
No seré yo, ni creo que nadie, que juzgue o proclame una ley sobre lo que está bien o mal.
Sin embargo, lo que sí es una ley perpetua es que los momentos no se repiten, por mucho que queramos grabarlos y reproducirlos en pantallas pequeñas.